Los 7 Mandatos Capitales
La Imposición del Patriarcado a Través de la Feminidad
El patriarcado ha sido el arquitecto de un sistema que no solo limita el acceso de las mujeres a recursos y derechos fundamentales, sino que también configura nuestras vidas a través de una red invisible de mandatos y expectativas. Desde el momento en que nacemos, somos socializadas bajo un modelo de feminidad que se ajusta perfectamente a los intereses del sistema capitalista, que se alimenta de la opresión y la sumisión. Estos mandatos, impuestos y naturalizados, no solo dictan cómo debemos comportarnos, cómo debemos lucir o qué debemos desear, sino que también se convierten en mecanismos que permiten que el sistema funcione, perpetuándose a través de nuestras propias prácticas y creencias.
Las expectativas sobre cómo debe ser una mujer, cómo debe vestir, hablar, comportarse y vivir, son construcciones sociales que no surgen de la nada. Cada una de estas normas está diseñada para que las mujeres ocupemos un lugar específico en la estructura social: uno subordinado, que sirva para alimentar los intereses de un sistema que nos ve como mercancía, como objetos de consumo y, en su peor expresión, como instrumentos para mantener el orden establecido. Así, mientras el sistema patriarcal configura nuestras identidades de acuerdo a sus necesidades, el capitalismo se encarga de monetizar esos mandatos, creando industrias enteras que giran en torno a la venta de la belleza, la sumisión y la "obligación" de ser mujeres que siempre están disponibles para el deseo ajeno.
Cuanto más podamos visibilizar cómo la socialización en la feminidad, lejos de ser un proceso natural, es un entramado de reglas y expectativas impuestas que no solo nos limitan como individuos, sino que nos arrastran a un ciclo de autonegación y conformidad, mas cerca estaremos de desmantelar las estructuras que los sostienen.
Cada mandato impuesto es un eslabón en la cadena que nos mantiene atadas, no solo a roles tradicionales, sino a un modelo económico que explota tanto nuestra fuerza de trabajo como nuestras identidades. Así, los mandatos capitales del patriarcado no solo son ideológicos, sino profundamente económicos, y su existencia se justifica en una estructura que nos necesita sumisas, calladas y bien comportadas.
Al analizar los mandatos que nos son impuestos, podemos comenzar a cuestionar y Solo entonces podremos empezar nuestro proceso de liberación.
1. Mandato de Sumisión
El mandato de sumisión inculca en las mujeres la idea de que deben aceptar su lugar en una estructura jerárquica en la que siempre estarán por debajo de los hombres. Esto se refuerza desde la infancia a través de prácticas educativas, mensajes culturales y expectativas familiares que promueven la obediencia, el conformismo y la pasividad como valores femeninos. Las niñas aprenden a no contradecir, a ceder en los conflictos y a evitar situaciones en las que podrían ser percibidas como "mandonas" o "agresivas". Este mandato no solo limita la capacidad de las mujeres para ejercer su autonomía, sino que también perpetúa relaciones abusivas o desiguales, al normalizar dinámicas de poder en las que se espera que ellas sean sumisas y complacientes. En el ámbito laboral, este mandato se traduce en dificultades para negociar salarios, asumir roles de liderazgo o defender sus derechos. La sumisión, disfrazada de virtud, es una herramienta de control que refuerza la desigualdad de género.
2. Mandato de Agradabilidad
La sociedad espera que las mujeres sean siempre agradables y amables, independientemente de las circunstancias o de cómo se sientan realmente. Este mandato las obliga a priorizar las emociones y percepciones de los demás, reprimiendo las propias para no parecer “difíciles” o “conflictivas”. Ser agradable se convierte en una obligación social: las mujeres deben sonreír aunque estén incómodas, mantenerse calmadas en situaciones de injusticia y evitar confrontar a quienes las ofenden. Este mandato impacta negativamente en la salud emocional de las mujeres, quienes a menudo se ven atrapadas en relaciones laborales, personales o familiares tóxicas por el temor a no cumplir con esta expectativa. También perpetúa el miedo a expresar emociones como la ira o la frustración, consideradas "inapropiadas" en el contexto de la feminidad, y refuerza la dependencia emocional hacia la validación externa. En última instancia, el mandato de agradabilidad coarta la autenticidad de las mujeres y las somete a un constante estado de autocontrol y autoanulación.
3. Mandato de Delgadez
El mandato de delgadez establece que el cuerpo ideal para las mujeres es delgado y esbelto, sin importar las diferencias genéticas, metabólicas o culturales que determinen la diversidad de cuerpos femeninos. Este mandato tiene profundas raíces históricas y culturales, y se alimenta constantemente a través de la publicidad, la moda y los estándares de belleza impuestos por los medios. Las mujeres enfrentan una presión constante para adaptar sus cuerpos a un molde que, en la mayoría de los casos, es inalcanzable sin recurrir a dietas extremas, ejercicio excesivo o intervenciones quirúrgicas. Este mandato afecta gravemente la autoestima de las mujeres, generando una relación dañina con la comida y su imagen corporal, lo que puede derivar en trastornos alimenticios como la anorexia o la bulimia. Además, refuerza la idea de que el valor de las mujeres está directamente relacionado con su apariencia física, eclipsando sus capacidades, talentos y personalidades. La delgadez, lejos de ser un indicador de salud, se convierte en un imperativo social que oprime y aliena.
4. Mandato de Maternidad
El mandato de maternidad posiciona la procreación como el eje central de la vida de las mujeres, reforzando la idea de que ser madre es su mayor y, en muchos casos, único propósito. Desde temprana edad, las niñas son expuestas a juegos, cuentos y roles que las preparan simbólicamente para la maternidad, perpetuando la noción de que es un destino ineludible. Este mandato no solo invisibiliza a aquellas mujeres que eligen no tener hijos, sino que también ignora las complejas realidades de quienes no pueden ser madres por razones médicas, económicas o personales. Para las mujeres que son madres, este mandato genera una carga emocional y física inmensa, al imponer expectativas de sacrificio total, amor incondicional y dedicación absoluta, relegando su propio bienestar y desarrollo. Además, perpetúa la desigualdad de género al posicionar el cuidado de los hijos como una responsabilidad exclusiva de las mujeres, mientras los hombres asumen roles secundarios o de apoyo.
5. Mandato de Cuidados
El mandato de cuidados asigna a las mujeres la responsabilidad de atender las necesidades emocionales y físicas de quienes las rodean. Este mandato está tan profundamente arraigado en la cultura que a menudo se presenta como una cualidad innata de las mujeres, quienes supuestamente son "más empáticas" o "más aptas" para cuidar. En la práctica, esto significa que las mujeres cargan con la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, desde la crianza de los hijos hasta el cuidado de familiares enfermos o ancianos. Esta carga invisible limita sus oportunidades laborales, académicas y personales, perpetuando ciclos de pobreza y dependencia económica. El mandato de cuidados también impacta emocionalmente, ya que las mujeres son socializadas para sentirse culpables si no cumplen con estas expectativas, incluso a costa de su propia salud y bienestar. En esencia, el mandato de cuidados es una herramienta que refuerza las desigualdades estructurales y perpetúa roles de género rígidos y opresivos.
6. Mandato de Belleza
El mandato de belleza impone estándares estrictos y uniformes sobre cómo deben verse las mujeres para ser consideradas valiosas o aceptables. Estos estándares, que cambian según las tendencias culturales y de moda, son constantemente reforzados por los medios de comunicación y la industria de la belleza. Las mujeres son bombardeadas con mensajes que las alientan a gastar tiempo, dinero y energía en productos y procedimientos que prometen cumplir con un ideal inalcanzable. Este mandato no solo genera una presión constante para mantener una apariencia "perfecta", sino que también alimenta la inseguridad, la baja autoestima y la insatisfacción crónica con el propio cuerpo. Además, perpetúa la objetificación de las mujeres al priorizar su apariencia por encima de sus capacidades, talentos e ideas. El mandato de belleza es una forma de control que desvía la atención y los recursos de las mujeres hacia su aspecto físico, en lugar de su desarrollo personal y colectivo.
7. Mandato de Abnegación
El mandato de abnegación instruye a las mujeres a sacrificar sus propios deseos, necesidades y sueños en beneficio de los demás. Este mandato se basa en la idea de que las mujeres deben ser altruistas y desinteresadas, siempre dispuestas a dar más de lo que reciben. Se espera que prioricen las necesidades de sus parejas, hijos, familiares e incluso colegas, mientras sus propias metas y bienestar quedan en segundo plano. Este mandato no solo perpetúa la desigualdad de género, sino que también genera agotamiento emocional y físico en las mujeres, quienes enfrentan una constante exigencia de entrega y dedicación. En muchas ocasiones, la abnegación es glorificada como un acto de amor o virtud, pero en realidad es una herramienta de control que limita la capacidad de las mujeres para alcanzar su pleno potencial y vivir vidas plenas y auténticas.
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